Artículo: Camilla Catrambone’s Family Portraits: Artist Uses Personal Treasures In Unique Homage To Relatives

Camilla Catrambone’s Family Portraits: Artist Uses Personal Treasures In Unique Homage To Relatives

http://www.huffingtonpost.com/2013/06/07/camilla-catrambone-family-portraits-personal-treasures-homages_n_3402134.html?ncid=edlinkusaolp00000003

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Directores en guerra |

Elpais.com
Directores en guerra
Un documental analiza la labor para las Fuerzas Armadas de EE UU de los cineastas de Hollywood en la Segunda Guerra Mundial
Canal TCM 31 MAY 2013 – 00:59 CET2
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En los años treinta el cine se convirtió en una poderosa arma de propaganda. En 1934 la directora alemana Leni Riefenstahl dirigió El triunfo de la voluntad, un documental que mostraba la grandiosidad en la que se desarrolló el Congreso del Partido Nacionalsocialista en la ciudad de Núremberg. El triunfo de la voluntad ensalzaba y glorificaba al régimen nazi, y supuso un antes y un después en el género del documental político. Para intentar contrarrestar los efectos publicitarios de esa película, las Fuerzas Armadas estadounidenses recurrieron a Hollywood y reclutaron allí a algunos de los mejores directores de la época.

El documental Directores en guerra, una producción de TCM dirigida por José Cabanach, y que se estrena el miércoles 5 junio en Cineteca de Madrid, analiza el trabajo de aquellos realizadores que abandonaron Hollywood para filmar en primera línea de batalla. Cineastas que gozaban ya de gran prestigio como John Ford, John Huston, William Wyler o Frank Capra.

Capra, por ejemplo, fue el encargado de realizar, entre 1942 y 1945, una serie de siete películas tituladas Why we fight, Por qué luchamos, que explicaban a la población y a sus propios soldados las razones de la intervención norteamericana en Europa mostrando imágenes a menudo muy crudas sobre las consecuencias de los ataques del ejército alemán. “Creo que fueron eficaces para decir a los soldados por qué iban de uniforme y por qué intentaban hacer un poco mejor el mundo en que vivían”, recuerda Frank Capra en una entrevista que recupera Directores en guerra.

John Ford ganó sendos oscars por 7 de Diciembre y La batalla de Midway. Fue herido en combate, condecorado, y recibió el grado de contraalmirante de la Armada de los Estados Unidos. Meses más tarde participó junto a George Stevens en el Desembarco de Normandía. Los dos directores acompañaron al ejército americano en su avance hacia Alemania y filmaron la liberación de los campos de concentración nazi. Las estremecedoras imágenes que captaron con sus cámaras fueron utilizadas como prueba documental en los juicios de Núremberg. John Huston, por su parte, filmó La batalla de San Pietro, pero tuvo que pagar un peaje muy caro: tres cámaras de su equipo murieron durante la filmación.

Fueron unos años en los que se demostró que las películas podían ser una gran herramienta política y propagandística. Para todos aquellos directores, los meses en el frente supusieron un antes y un después. Como recordaba Frank Capra, todos cambiaron y, por supuesto, también cambió su forma de hacer y de entender el cine.
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LA CORTE Y LA DEMOCRaTIZACIÓN DEL ARTE

En nada modesta opinión la tragedia del arte ha sido su «democratización».
Mientras el «arte» era cosa de nobleza y reyes toda la miseria de la gestión artística quedaba en palacio, que es donde debe estar, en palacios (no necesariamente venecianos).
Desde que el Louvre perdió sus cabezas y pasó a ser del pueblo comenzó una nueva casta con aires de nobleza: la gente del arte. Curiosamente supieron democratizar los vicios de la corte (para ellos mismos) y los repiten constantemente.

Cuchilladas, traiciones, todos nos acostamos con todos (eso lo alabo), luchas de poder. Esto no nos pasaba con el arte del antiguo régimen donde el arte era evidentente cosa del poder y no una lucha de subproductos culturales del estado de bienestar (entre los que me encuentro) por un poder «estético» que se ejerce a hurtadillas o si se es de «izquierdas» con todo desparpajo progre.

Así es como ves a tus amigos y antes aliados copar zonas de poder y sufrir la mutación en esas ideas de las que siempre habían hecho gala. Así es como se decide usar del arte todo lo que se a escrito e irte a trabajar a otros sectores colindantes que huelen (no muy bien) a realidad pero donde la ropa que viste la gente es menos costosa.

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Theorizing the Queer Archive…

http://enculturation.net/files/QueerRhetoric/queerarchive/theory.html

For many scholars of LGBT and queer history, the archive has become an important source not only of information but also of theorizing about queer experience and possibility. As Charles Morris writes, queer archives show us how “queer lives, past and present, are constituted by voices that swell with the complex measures of our joys and our struggles against annihilating silence” (“Archival” 146). Archives established primarily to document the lived experiences of queer people, such as the Lesbian Herstory Archives in Brooklyn and The ONE National Gay & Lesbian Archives in Los Angeles, provide historians, scholars, and lay people a sense of what it was like to be queer at particular moments. They also suggest how a narrative of emerging—and changing—queer experience might be constructed over time. As recovery projects, providing us resources to narrativize past and often painful experiences of individual and cultural homophobia and trauma, archives of LGBT experience may provide us powerful opportunities to think critically about systems of oppression and the interlocking mechanisms of the “personal” and the “political.”

Such archives serve not only historians, however, seeking to recover a buried LGBT past; they point to the contestations about that past as well, particularly as many queers seek to locate their experiences (of oppression, but also of community building and the formation of productive counterpublics) in particular socio-historical circumstances. The work, for instance, around carefully documenting the New York City’s Stonewall Inn Riots in 1969 is an exercise both in recovery of specific historical moments and in interpreting those moments to narrate a sense of the queerly historical. Judith Halberstam, writing about transgender archives in In a Queer Time and Place, notes that “[t]he archive is not simply a repository; it is also a theory of cultural relevance, a construction of collective memory, and a complex record of queer activity. In order for the archive to function, it requires users, interpreters, and cultural historians to wade through the material and piece together the jigsaw puzzle of queer history in the making” (169-70).

The particular difficulties of this work—this piecing together that Halberstam notes—present both challenges and opportunities not just for historical work but also for understanding the rhetorical dimensions of queer archiving. For, as Morris writes, “archives are indeed rhetorical sites and resources, part of a diverse domain of the usable past that … functions ideologically and politically” (“Archival” 146). Working extensively with a variety of lesbian archives, Ann Cvetkovich in An Archive of Feeling: Trauma, Sexuality, and Lesbian Public Cultures argues that queer archives “address particular versions of the determination to ‘never forget’ that gives archives of traumatic history their urgency” (9). However, archiving that traumatic history is often difficult, particularly given the fact that so many queer or homo-erotically inclined individuals led secret or double lives deep in the closets of systemic homophobia. Cvetkovich explains:

That gay and lesbian history even exists has been a contested fact, and the struggle to record and preserve it is exacerbated by the invisibility that often surrounds intimate life, especially sexuality. Even the relatively short history (roughly “one hundred years”) of homosexuality as an identity category has created the historiographical challenge of not only documenting the wide varieties of homosexual experience but examining documents of homophobia along with earlier histories of homoeroticism and same-sex relations. (242)

Given this difficulty, historians and archivists often rely on “ephemera, the term used by archivists and librarians to describe occasional publications and paper documents, material objects, and items that fall into the miscellaneous category when being catalogued” (243). Underground newsletters, photographs, and letters, court documents—all become part of a potential queer archive that not only collects but connects incidents in narratives reconstructing particular queer experiences…

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